La Chispa: una luz incómoda para el autoritarismo
Cuando la noticia del juicio contra el Centro Cultural La Chispa se hizo pública, a muchos nos costó entender la desproporción. ¿Cómo es posible que un lugar de encuentro, de arte y de comunidad se vea acorralado por el Estado, por una supuesta infracción que, para colmo, ya no aplicaba? Esto es inaceptable en cualquier país que se precie de estar en democracia. La respuesta fue mucho más profunda y dolorosa de lo que podíamos imaginar. La Chispa no era el problema; el verdadero problema es la intolerancia al arte y a la libertad que ella simbolizaba.
Por Mavi Martínez
Fotografías extraídas de Facebook e Instagram
El juicio fue desproporcionado e innecesario y sienta un precedente claro de persecución política. La única meta era asfixiar un pulmón artístico y de pensamiento, disfrazando la censura bajo el falso pretexto de una ordenanza ya derogada. Mientras tanto, a pocas cuadras, otros eventos públicos y privados seguían realizándose, superando los decibeles “permitidos” con total impunidad. La justicia no era el objetivo; la excusa era el camino para sofocar un lugar incómodo.
La Chispa era la respuesta a una necesidad: crear un espacio de encuentro donde la cultura no fuese una transacción más, sino un acto de resistencia. Fue refugio para artesanos, emprendedores y manualistas, un ámbito para el arte en todas sus formas. Era un rincón de comunidad y alegría en una ciudad de cemento y hostilidad, un sitio donde las expresiones artísticas convivían y crecían.
El problema no era el ruido, sino que La Chispa era un espacio político, un punto de convergencia donde se debatían ideas, se construía pensamiento crítico y se promovía la diversidad. Es exactamente eso que el conservadurismo, incapaz de tolerar la pluralidad, no puede soportar. Por eso se sienten tan amenazados por la cultura, por el arte, por la capacidad de pensar libremente. El arte siempre ha sido trinchera de resistencia, y eso es algo que no pueden controlar.
Nos quieren callados y sumisos, encerrados en nuestras casas, sin la posibilidad de pensarnos colectivamente. Nos quieren robar la alegría, porque saben que la felicidad compartida es una forma de rebeldía, y el encuentro comunitario es la base de cualquier revolución. Si logran arrebatarnos la capacidad de reunirnos y celebrar, habrán ganado una batalla crucial. Por eso, defender a La Chispa no es solo defender un centro cultural; es defender el derecho a disentir, a crear y a ser. Es defender el futuro, la esperanza de un país más justo, menos autoritario, más digno para todos.
El ataque a La Chispa es una advertencia. Si esto pasó ahora, puede volver a pasar. Debemos estar más atentos que nunca. En estos tiempos oscuros, donde el autoritarismo crece y nos quieren imponer una nueva dictadura de pensamiento, necesitamos lugares de encuentro con el cielo como techo y la calle como escenario. El camino es la resistencia, y en esta historia, nosotros estamos del lado correcto. Nos quieren tristes para gobernarnos más fácilmente. Pero la historia demuestra que la alegría colectiva es el arma más poderosa contra los tiranos.