Corvex: El renacer emocional de un referente del rock
Por momentos, hablar con Marcelo “Corvata” Corvalán es como asomarse a un taller abierto: uno escucha el sonido de herramientas, el roce de la madera, pequeños fragmentos de una obra que todavía está siendo construida. Pero también hay silencio, pausa y un modo de mirar el mundo que se afina con el tiempo. En esta etapa de su carrera, Corvata no parece estar persiguiendo un camino; parece estar encontrándolo.
Por Mavi Martínez
Su nuevo proyecto, CORVEX, nace de esa búsqueda. Aunque técnicamente sea un proyecto solista, lo que se percibe es una banda viva, sólida y humana. Lo acompañan Martín “Chapu” Leiva en guitarras y atmósferas experimentales, Alejandro Zenobi en batería, y Matías Varela Laciar en guitarras y producción.
Juntos forman un núcleo que no solo interpreta canciones: construye un clima, un espacio emocional, una especie de refugio creativo. Este equipo viaja ahora hacia Paraguay, donde CORVEX participará del festejo por los 25 años de la banda Flou, grandes amigos de Corvata, en un encuentro que promete ser tan musical como afectivo, este sábado 13 de diciembre en el Centro de Eventos de la Universidad Americana (Avenida Brasilia 1.100 y Comandante Atilio Peña Machain).
Cuando empieza la conversación, Corvata lo resume con simpleza: regresar a Paraguay “siempre es una alegría”, dice, pero esta vez tiene un brillo distinto. “Es la primera vez que voy con este proyecto… siento esos nervios como si fuera la primera vez”. Ese reconocimiento no es menor: proviene de alguien que ha tocado en los escenarios más importantes del continente, que formó parte de bandas que marcaron a generaciones y que, aun así, sigue experimentando esa mezcla de vértigo y gratitud que solo sienten quienes están entrando a un territorio nuevo.
El origen de CORVEX: un silencio que se volvió canción
Es imposible hablar de este proyecto sin mencionar la separación de Carajo, una herida abierta que coincidió con el comienzo de la pandemia. “Fue algo triste, muy doloroso”, recuerda. El encierro, lejos de permitirle escapar de esas emociones, las amplificó. De pronto, sin giras ni estudios ni luces, quedó él solo, enfrentado a la pregunta más básica y más compleja: ¿quién soy?
Las respuestas empezaron a aparecer en gestos muy pequeños. Una guitarra acústica. Una habitación en silencio. Su esposa o sus hijas comentando desde otra pieza: “Qué lindo eso que suena”. Él insistía en que no era nada, apenas una idea. Pero esa devolución doméstica, casi casual, lo fue empujando hacia adelante. “Con muy poquito ya me siento lleno, completo”, dijo recordando esas tardes.
Lo que surgió no fue una estrategia, ni un proyecto planeado. Fue un proceso de supervivencia emocional. “Me animó pensar: si de repente no salimos más, ¿qué va a pasar? ¿Podría hacer canciones yo solo estando acá o no?”. Y en esa pregunta —ingenua, vulnerable, real— se abrió un camino nuevo.
A medida que componía, algo inesperado empezó a ocurrir: se reencontró con su versión adolescente. “Fue como reencontrarme conmigo cuando tenía 16 o 18 años”, mencionó. Aquella época en la que componía por curiosidad, por juego, sin considerar expectativas ajenas. “Hoy en día el arte se ha perdido en gran parte”, reflexionó. “Uno se olvida del placer de poder expresar algo sin importar más nada”.
Alto Viaje, el primer disco de CORVEX, surgió de esa reconexión. Canciones nacidas desde la calma forzada, desde la introspección, desde la necesidad de reencontrarse con la sensibilidad. El resultado es un álbum más íntimo, más melódico, más humano que muchas de sus obras anteriores. No busca imitar lo que fue; busca honrar lo que siente.
“Hay mucha empatía con el público porque las canciones nacen desde la frustración”, dijo. “Desde equivocarse, desde haber fallado… y encontrar el amor en los peores momentos”. La sinceridad con la que lo expresa deja en claro que este disco no pretende ser un manifiesto: es una radiografía emocional.
El equipo: un proyecto que también eligió a las personas
Uno de los rasgos más fuertes de CORVEX es su dimensión humana. Para Corvata, el talento importa, pero el vínculo importa más. “El factor humano es necesario”, dijo. “Conectar, compartir principios… los valores, la identidad”.
El primero en sumarse fue Chapu Leiva, con quien ya había trabajado y con quien compartió una conexión inmediata. Luego llegó Alejandro Zenobi, un baterista con el que coincidía en más de lo musical: familia, sensibilidad, valores. Y finalmente Matías Varela, amigo profundo, alguien que estuvo presente en momentos difíciles. “Siempre me abrió la puerta de su casa”, mencionó. Su presencia en la banda no solo es musical: también facilitó oportunidades, conexiones, encuentros. Fue él quien acercó la invitación para celebrar los 25 años de Flou.
Ese tejido humano hace que CORVEX no se sienta como un proyecto solista disfrazado de banda, sino como un espacio emocional compartido. Una pequeña comunidad artística donde cada integrante es importante para sostener la identidad del proyecto.
La filosofía: integridad, arte y una inocencia que no se negocia
Con el paso de los minutos, la charla se mueve hacia un territorio más reflexivo. Corvata no esquiva ningún tema y, cuando habla de su visión del arte y del mundo, lo hace con una claridad que sorprende. “Los valores humanos, la buena fe… actuar honestamente”, enumeró casi como si estuviera pensando en voz alta.
Se refirió a la industria, a cómo se distorsionó con el tiempo. Mencionó la presión por encajar, por agradar, por estar en los primeros puestos. “El arte es fracasar”, dijo. Una frase que podría parecer provocadora, pero que en su voz se vuelve un recordatorio: el arte auténtico nace del riesgo, no del cálculo.
Su reflexión sobre la inocencia es otra de las claves de esta nueva etapa. “Nunca tenemos que perderla”, dijo. No se refería a ingenuidad, sino a esa capacidad de maravillarse, de jugar, de imaginar. Para él, esa chispa es una fuerza vital. “La inocencia es algo poderoso”, mencionó. “Es preferible tenerla —aunque a veces parezca que te tomen por tonto— que volverse desconfiado y endurecido”.
Cuando habla de fe, su tono se vuelve más íntimo. No la impone, no la explica en términos doctrinales. La describe como un refugio, como una herramienta personal. “Me di cuenta de que siempre fui creyente”, dijo. Y esa fe, combinada con el arte y el amor de su familia, lo ayudó a atravesar momentos de confusión y dolor.
Paraguay: un regreso cargado de afecto
En este contexto emocional, la invitación de Flou adquiere un significado especial. No es solo un concierto, ni una participación en un aniversario. Es un reencuentro. Una celebración entre amigos. Una forma de agradecer el camino compartido.
Flou cumple 25 años y eligió invitar a CORVEX en un gesto que trasciende lo musical. Corvata lo valora profundamente: “Es muy especial para mí”, dijo. Es una oportunidad para presentar este nuevo universo artístico ante un público que lo ha seguido durante décadas, pero que ahora podrá verlo en una versión más íntima, más reflexiva y más cercana.
Un cierre que se abre
CORVEX no es un reemplazo ni una continuación. No intenta llenar ningún vacío ni competir con su propio pasado. Es otra cosa: un retrato honesto de quién es Corvata hoy.
Una exploración más tranquila, más introspectiva, más madura. Una invitación a detenerse, a escuchar con otros oídos, a mirar con otros ojos. No pretende perfección. Pretende verdad. Y, sobre todo, pretende libertad.
Quizás por eso Corvata llega a esta etapa con serenidad. Lo disfruta. Lo agradece. Lo habita sin apuro. Cuando habla de este disco, no se escuda detrás de metáforas ni de estrategias: lo siente. Lo cuenta. Lo comparte.
Si CORVEX es un viaje, es uno que se hace con la ventana abierta, dejando entrar el viento, cuidando la inocencia, aceptando la fragilidad y abrazando la posibilidad de volver a empezar. Porque, como dijo al recordar ese primer impulso creativo en plena pandemia: “Me animó saber que, con muy poquito, ya me siento lleno”.
Y quizás ese sea el mensaje final: que a veces, para renacer, basta con permitirse volver al origen. A la habitación adolescente. A la guitarra simple. A la fantasía que nunca muere.