Doppel Gangs: “Ahora sí siento que es Atlas, antes era una pintura en proceso”

En esta entrevista exclusiva para Sintonía, Simón Saieg —más conocido por su proyecto solista Doppel Gangs y su paso por Perras on the Beach— reflexiona sobre el proceso íntimo y transformador detrás de “Atlas”, su nuevo disco. Desde las primeras ideas grabadas en su cuarto de Mendoza hasta la maduración del proyecto en plena paternidad y pandemia, Saieg revela una narrativa profundamente personal y artística. Habló de música, identidad, política, vínculos y el poder del arte como canal de crecimiento. “Ahora sí siento que es Atlas”, afirma. Antes, era solo una pintura en proceso.

Por Félix Amadeo

—¿Cómo fue el punto de partida del disco?

—Me acuerdo que cuando salió Flow de Cuyo fuimos a tocar a Bahía Blanca, cuando nos conocimos Muchas cosas vienen de ahí, mediados de 2018. Sentí una especie de liberación. Quedaron muchas cosas, siento. Ejemplos reales. Por ejemplo, cosas que grabé en ese momento en mi casa, con el celu. 

—¿Qué diferencia encontrás entre Flow de Cuyo y lo anterior?

—Habíamos hecho Chupá la Pija que hablaba de la raíz y Flow de Cuyo abordaba algo diferente, aunque conectado. Pero Flow fue como el primer paso serio de Perras. Son discos muy distintos y si lo pensás, todo lo que hicimos después también lo fue. Estábamos buscando un rumbo más adulto sin dejar atrás lo anterior, convencidos de que uno crece y debe hacer otras cosas. Un poco por presión social y otro poco por deseo propio.

—¿En qué contexto empezaste a grabar ideas para Atlas?

—En ese momento me compré una batería para un tema de Flow. La armé en mi cuarto  donde tenía la guitarra, en mi casa de Mendoza. Empecé a grabar ideas sueltas sin saber si eran para Perras o para mí. Estaba muy en una conmigo mismo, con mi yo humano y mi yo artístico. Me costaba aceptar eso. Recibir tanto fue raro. Si me ponía a componer, ni pensaba que sería un proyecto solista. Tenía un complejo con eso.

—¿Te propusiste hacer un disco solista desde el principio?

—No. Empecé sin pensar en un destino. Desde la batería, el microkorg, que también justo había conseguido, y la guitarra empecé a armar ideas que se transformaron en canciones. En ese momento no sabía que sería Atlas, pero sí sentía que estaba haciendo un disco mío.

—¿Cómo fue ese proceso de pasar de maquetas a canciones?

—Muchas cosas de ese entonces quedaron tal cual. Otras se reinterpretaron en estudio. Lo que terminó de darle forma fue la separación de Perras, en 2019. Ya llevaba casi un año componiendo Atlas, aunque aún no tenía ese nombre. En enero de 2020 me mudé a Buenos Aires con la idea de grabarlo. Fui a un estudio y empecé a producirlo en serio. Ya no eran maquetas en el celu.

—¿Y qué encontraste en esas letras al trabajar en el estudio?

—Las canciones cobraron otro sentido. Había una metadata inconsciente en las letras que contaban una historia que no había notado. Una historia que era mía, pero contada de manera más fantasiosa. Atlas es conceptual, pero también profundamente humano. Habla de mí, de lo que siento, en clave de ciencia ficción. Cuando llegué a Buenos Aires apareció la palabra, el concepto sólido. Quería hacer algo más grande que solo canciones.

—¿Qué pasó después?

—Pasaron muchas cosas: la pandemia, el nacimiento de Astro. Grabé durante el embarazo, después cuando nació y cuando estaba por terminar el disco, a fines de 2022, todo cambió. Quedó en una carpeta, suspendido. Recién ahora lo retomamos para mezclar y masterizar. Ahora sí siento que es Atlas. Antes era una pintura en proceso. Un collage, surrealismo. Necesitaba tiempo.

—¿Sentís que el disco tenía que esperar ese momento?

—Sí. No salió antes porque no tenía que salir. Y va a salir ahora porque tiene que ser ahora. Veo un paralelismo entre el Simón de entonces y el de ahora. Me reconozco. De lo que quedó, quedó lo esencial. Es un disco atravesado por la música que fui escuchando, por los contextos políticos.

—¿Cómo interpelan las referencias cuando pasa tanto tiempo? ¿Predominan las más recientes?

—Están las dos. Cuando empecé a hacer Atlas estaba flasheando con los Beach Boys, Weyes Blood, cosas más psicodélicas. También empezaba a entrar al mundo electrónico, muy de a poco. Ese cambio se dio más en Buenos Aires, al empezar a vivir la noche. Descubrí que había música que siempre me había gustado y no sabía que quería hacer.

—¿Ese descubrimiento cambió tu enfoque?

—Sí. Pensaba: “yo hago esto, eso lo hacen otros”. Pero Atlas fue una oportunidad para romper eso. Es una obra conceptual más allá del concepto. No escatimé.

—¿Es un cierre o un comienzo?

—El inicio. Converge todo: pasado, presente y futuro. Me acuerdo que estábamos grabando Atlas y salió Motomami. Me voló la cabeza. Cambiamos proyectos enteros. Después escuché MAYA de John Frusciante, medio jungle, drum and bass. El COVID también influyó. Estar encerrado, postergar todo.

—¿Y la paternidad? ¿Cómo influyó en el disco?

—Me pegó más a nivel humano. Dejé de hacer música, pero no me pesaba. Fue la primera vez que algo externo hacía que Atlas se demore... y no me importó. El COVID me frustró, pero cuando llegó Astro, Atlas dejó de ser lo más importante. Lo descuidé un poco, me enfoqué en ser papá y trabajar lo humano. Mi historia con mi papá también. Cuando volví a Atlas, volví distinto. Con otra claridad. Más relajado en lo compositivo y en la producción.

—¿Qué lugar ocupa Astro en Atlas y en lo que vino después?

Atlas también está atravesado por Astro. No es que vino y lo desarmó. Pasó como un cometa, después lo retomamos y lo terminamos. En cambio, ZZZ, que hice después, salió antes. Ese sí está protagonizado por Astro. Hay una búsqueda de lo lúdico, de conectar con la infancia. Letras, samples de pelis de la niñez. Está el niño Simón y el padre Simón.

—¿Cómo vivió él ese proceso?

—Cuando Astro era muy chiquito, Atlas no lo vivió tanto. ZZZ sí. Estuvo en el estudio, escuchó todo. Fue protagonista.

—¿Y cómo fue para vos esa retroalimentación?

—Mutua. Tenemos un vínculo raro. Por momentos somos pares. Lo re escucho. Me acuerdo que había canciones que no le gustaban de ZZZ y después sí. Se siente libre de opinar. Pero la retro está en todo: ir a la plaza, hacer tareas. Lo cotidiano.

—¿Qué representa Planta en tu recorrido?

Planta salió un poco antes que ZZZ. Representa mucho. Estar en Buenos Aires, por ejemplo. Al principio pensé que la libertad máxima estaba en el proyecto solista. Y lo es, pero también puede abrumar. Planta fue la oportunidad de un grupo más equitativo. En Perras, aunque éramos colectivos, yo cargaba mucho. Las canciones venían de mí, la gente me asociaba más a mí. Con Planta es diferente. Más repartido. A nivel género, Planta tiene algo más oscuro, adulto, existencialista.

—¿Qué planes tienen con Planta?

—Este año sacamos singles. En julio sale “Lava”, después “No la vi”. Exploramos un poco más eso: una versión más grande de nosotros. Antes hacíamos otra música, hablábamos de otras cosas. Acá tiene que ver con la ciudad, la noche. Igual, en Doppel cada vez le doy más lugar a eso también.

—¿Cómo vas a presentar Atlas en vivo?

—Estoy armando dos formatos. Uno más simple: máquina de ritmos, sinte, guitarra. Quiero mostrar esa otra cara del disco. Atlas es muy producido, con mucho detalle, pero las canciones solas también funcionan. Me debo eso: afrontar el mundo solo. No solo en la música, en todo. Cambié mi nombre artístico con este disco. Fue profundo. El formato en vivo tiene que ver con eso. Ver qué puedo hacer solo. También pienso en algo más visual, porque el disco lo pide.

—¿Qué pensás hoy de la letra de “Pesadilla”?

—No hay que reconfigurar nada. Es como si hubiese salido hoy. Me desconecté mucho de Perras un tiempo. Pero volví a conectar fuerte. El año pasado actué en una peli que se filmó en Bariloche. Perras había crecido ahí, con la polémica de la muni. Caminando por esos lugares, con auris, me puse a escuchar. Y flasheé. Chupá la Pija, Flow. También por lo social y político. Es la historia del país, de Latinoamérica. Siempre se vuelve a la mierda. “Flow” la hice cuando pasó lo de Santiago Maldonado. Y aunque yo no era politizado, sabía lo que no quería.

—¿Cambió tu relación con lo político?

—Sí. Hoy estoy en otra. Ser papá, vivir en esta ciudad, ver todo. Mendoza es una burbuja. Me hizo mierda. Hoy me importa votar. Nunca había votado. Hablamos con Astro de eso. Conocer a mi novia, muy politizada, me hizo ver y entender un montón. Lo sensorial que tenía lo empecé a pensar.

—¿Sentís que te pesa ser tan emocional?

—Sí. Soy eso. A veces me involucro demasiado. Este mundo no es así. Estoy en un momento muy de reflexión. La semana pasada lloré mucho. No desde el bajón, sino desde entender. Crecer, vincularse, el amor. Entender lo que no pinta, lo que sí. Con Astro, ni te cuento. También con el arte. No me importa la gilada. Estoy para la real. El arte tiene eso: te permite atravesar la gilada. 

 Y ahí está la magia. Aunque sea una industria oscura, uno elige cómo habitarla. Me siento preparado para ocupar otro lugar, más consciente. Hacerse cargo. La frase de la semana fue: “Es ahora. El ahora es hoy”. Crecer trae eso. Decís: “¿En qué momento tengo casi 30?”. Es flashero. Pero hermoso. Enamorado de la vida y del dolor. Acepto todo. Duelando todo. Tengo ganas de trascender lo que no me corresponde. Y chau.

Siguiente
Siguiente

Magalí Benítez: el viaje sonoro de quien sueña alto