Magalí Benítez: el viaje sonoro de quien sueña alto
Hay noches que no se olvidan por esa delicadeza que se instala en el alma como una brisa tibia en invierno. Así fue la noche del pasado 2 de julio en el Teatro de las Américas del CCPA. Magalí Benítez, pianista paraguaya que se prepara para volar alto rumbo a Berklee College of Music con una beca completa —conseguida a fuerza de talento, esfuerzo y comunidad—, ofreció un concierto de despedida tan íntimo como poderoso. Lo llamó “We Exist!”, un grito suave pero firme que afirma: las mujeres estamos, creamos, habitamos la escena con belleza y profundidad.
Por Mavi Martínez
Fotos gentileza de Eugenia Villalba
No se llega sola a lugares así. Magalí lo sabe. Su historia no es una escalada solitaria, sino una construcción colectiva donde manos amigas ayudaron a pulir el diamante. Porque cuando una sueña, muchas empujan, y este concierto fue una muestra de eso.
El concierto comenzó con el dúo junto a Mar Pérez, una de las trompetistas más brillantes del país. “Hola, buenas noches, somos Magalí Benítez y Mar Pérez”, dijo la pianista, como si se tratase de una confidencia susurrada al oído. Lo que siguió fue un remanso: “Incerteza” , “My funny valentine”, “Letter to Laura”, “Piscis Mood”. Piezas que no solo se escuchaban, sino que se sentían latir, ahí nomás, al costado del corazón. Afuera el frío cortaba los huesos, adentro la música tejía una manta invisible de calor y cercanía.
“Letter to Laura”, compuesta en honor a una amiga fallecida, fue una plegaria sin palabras, un puente tendido entre el dolor y la memoria. En cada nota, Magalí decía lo que no puede decirse: que la música es un refugio, un templo sin paredes donde se acunan las pérdidas y se abrazan las ausencias.
Después vino el trío con Paula Rodríguez —mentora y cómplice artística— y Julieta Morel, una baterista de fuerza y sensibilidad. Tocaron “Butterfly” de Herbie Hancock y el aire se volvió cósmico. Luego sonaron composiciones propias como “Continuum” y “Encuentros”. Los sintetizadores abrieron portales: era jazz, sí, pero también viaje astral, jazz progresivo, lisergia, y esa mezcla exquisita entre precisión técnica y libertad emocional. Un virtuosismo con alma.
La última pieza de este segmento fue “Footprints” de Wayne Shorter, con un arreglo propio que mezclaba jazz con polca. Una osadía brillante, una declaración de identidad y atrevimiento.
Subió entonces Majuja Trío, otra de las constelaciones creativas de Magalí. Junto a Jair Galeano y nuevamente Julieta, desplegaron un repertorio lleno de paisajes interiores. “Viaje paralelo”, “Py’aguapy” —dedicada a quienes han perdido a sus seres queridos—, “Trozata en Am”, “Malambop”. Cada obra era un espejo donde se reflejaban nuestras emociones más hondas: la calma después de la tormenta, la nostalgia que no pesa, la alegría que nace del reconocimiento mutuo.
Y cuando parecía que la noche había alcanzado su clímax, llegó la explosión final: Band’Elaschica. Un verdadero huracán de talento. Tocaron “Crazy race”, “Be bright, be blue” y “Antes de la luz”, y fue como si el escenario se incendiara de energía. La música atravesaba el pecho, sacudía los miedos, y uno solo podía sonreír. Era fiesta, era libertad, era afirmación.
En un mundo donde las noticias apagan, donde el gris parece imponerse, noches como esta son faros. Porque lo que sucedió no fue solo un concierto: fue un acto de resistencia luminosa. De compartir la alegría de otra, de celebrar lo colectivo, de emocionarse sin vergüenza. Y ahora, Magalí parte. Pero deja una estela. Y un mensaje: existimos, creamos, soñamos juntas. Y eso —en estos tiempos— ya es revolucionario.