El príncipe de Nanawa: un coming of age en la frontera

Al escribir esta nota me encuentro emocionalmente atravesado. Fui alumno de Clarisa durante mis años como estudiante de cine en la ENERC y recuerdo escucharla hablar de este proyecto, que no nació de un guion, sino del encuentro que tuvo con un niño durante el rodaje de la serie “Mujeres entre fronteras”. Ser testigo del crecimiento de este proyecto, de cómo una amistad dio origen a una película y de cómo esa película se transformó en un evento social me hace sentir profundamente afortunado. Sé que estoy presenciando un hecho histórico dentro del cine regional.

Por Yosué Ayala

Este documental nació de un encuentro fortuito que desencadenó una amistad y culminó en un trabajo de diez años. Tras un amplio recorrido internacional, El príncipe de Nanawa tuvo su estreno en Paraguay en el marco del Festival Internacional de Cine Contemporáneo (Asuficc), donde recibió una mención especial. Charlamos con Clarisa Navas, su directora; Ángel Stegmayer, su protagonista; y los realizadores Lucas Olivares y Liz Haedo.

Coproducida entre Argentina, Paraguay, Colombia y Alemania, la película gira en torno a Ángel, un niño que retrata su paso a la adultez en la frontera entre Nanawa (Paraguay) y Clorinda (Argentina).

Un encuentro mágico y casual

“Ese primer encuentro fue muy mágico y casual; estábamos filmando la serie Mujeres entre fronteras”, relata Navas sobre su primer encuentro con Ángel. “Preguntamos a la gente por qué no enseñaban a sus hijos a hablar en guaraní, apareció Ángel y dijo: ‘yo tengo algo para decir’”, menciona Navas entre risas. “Ángel comenzó a hablar y fue una cosa increíble, muy maravilloso todo lo que pensaba, un montón de ideas de una lucidez increíble”.

La amistad entre Navas y Ángel trasciende la pantalla. Con sus altos y bajos, es reflejo de lo complejo que puede ser vincularse con otro ser humano, pero también demuestra que, cuando hay amor, hasta los mayores obstáculos pueden enfrentarse.

“Creo que lo particular fue el encuentro; sentí una conexión especial, creamos una amistad que trascendió ese momento”. Así nació la idea de El príncipe de Nanawa, donde la realidad y lo fortuito se transformaron en cine. “Al conocer más a Ángel, me di cuenta de que era una persona con muchas cosas por decir; el hecho de transitar dos países, las singularidades de su vida, fue lo que nos produjo una empatía muy fuerte”.

Nace una estrella

“Siempre me gustaron las cámaras, quería ser actor, hablaba mucho, era un niño extrovertido; pero sí, cuando vi las cámaras y los vi grabar, simplemente se me ocurrió hablarles”, relata Ángel. “Pensé: esta es mi oportunidad; me animé y me gustó”, confiesa entre risas.

El carisma de Ángel es evidente: sostiene el relato y permite que nos identifiquemos con sus vivencias, transportándonos a la infancia, a esos recuerdos alegres y despreocupados donde lo cotidiano se mezcla con lo lúdico.

“Gracias a ese niño que no tuvo vergüenza conocí muchos lugares que nunca hubiera imaginado. No me arrepiento de nada, agradezco a ese niño”, confiesa Ángel.

La deconstrucción del white savior

Uno de los grandes aciertos de El príncipe de Nanawa es que Clarisa evita caer en el cliché del white savior. La historia se cuenta desde la mirada de Ángel, no desde la perspectiva externa de quien observa.

“La idea era que las cosas no pasaran solo por nuestra mirada; la idea era hacer una película con Ángel, no sobre él”, comenta Navas. “En ese sentido era vital que Ángel pudiera construir sus propias imágenes. Lo que él filmó durante esos años es algo único, muy de un universo infantil del cual éramos ajenos”.

El blogger de Nanawa

Esa cotidianidad registrada en primera persona convierte al documental en un archivo único, no solo sobre la vida de Ángel, sino también sobre Nanawa: un punto entre dos países, entre dos mundos distintos pero similares, atravesados por el abandono estatal. “La verdad que era un juego, pero a la vez contaba que estaba grabando una película; se volvió mi pasatiempo del día a día, un hobby”, relata entre risas el Príncipe de Nanawa.

Cuando la amistad vence la adversidad

“Nunca pensamos en dejar el proyecto. Arrancamos muy jóvenes; recuerdo que teníamos una camarita, muy pocas cosas, teníamos pequeños fondos que nos permitían seguir”, recuerda Navas.

Ángel se ríe y confiesa que no sabía si algún día iban a terminar la película, lo cual es comprensible: fueron diez años de grabaciones. Su adolescencia fue la etapa más vertiginosa del proceso. “A algunas personas les parecía raro verme grabar recorriendo Puerto Elsa; fue muy extraño, porque nadie hace eso. Después le comenté a la gente que hacía una película, era difícil de creer”, dice Ángel entre risas y nostalgia. “En mi adolescencia me daba vergüenza”, agrega, “era un proceso que nunca terminaba”.

“Nunca supe si íbamos a terminar la película. El filmar se volvió parte de mi rutina; se volvió un vínculo familiar más que uno de trabajo, era más sobre el amor que nos teníamos. Ellos llenaban de amor mi vida”, confiesa Ángel.

“Conocer a Ángel fue una gran sorpresa; en el momento en que empezamos a grabar me di cuenta de que era un proyecto único, que iba a transformar la forma en la cual pensábamos el cine. Desde el momento cero fue un placer”, comenta Lucas Olivares.

Cerrando ciclos pero conservando vínculos

El documental se divide en dos etapas: la infancia y el paso a la adultez de Ángel. Ambas transmiten una energía familiar: la primera es lúdica y curiosa; la segunda, más introspectiva y transformadora. Surge así una pregunta inevitable: ¿cómo continuará la vida del Príncipe de Nanawa ahora que el documental llegó a su fin?

“Era el momento necesario para cortar; a veces es importante continuar la vida sin ese registro continuo”, dice Navas. “Sobre todo poder terminar, era necesario. Eso no significó el fin de nuestra amistad: tenemos un vínculo muy fuerte. Además, teníamos obligaciones con varios fondos”, agrega entre risas.

“Lo difícil fue acabar con la etapa de filmar; eso fue shockeante. Cuando concluimos fue: ¿cómo sigue la vida?”, confiesa riendo Olivares. “Pero a la par estamos felices de haber soltado, y que el proyecto hable por sí solo”.

Liz Haedo se suma entre risas: “Fue básicamente desapegarse de un ritual; nos encontrábamos cada 25 de febrero”. Todos coinciden con miradas nostálgicas: “No solo para filmar, sino por el cumple de Ángel; pero también creo que, si no le poníamos un cierre, iba a ser interminable”.

El montaje y el desapego del material

Con una duración de 212 minutos y un intervalo de 10 minutos, el documental deja entrever la magnitud del material rodado. “Trabajamos el montaje por dos años; era un trabajo muy burocrático, meses de solo ver lo grabado. Era un tribunal, trabajando sobre cómo encontrar líneas que estructuraran la película, que era un gran caos”, cuenta Navas entre risas. “Teníamos una versión de 8 horas, lo llamábamos la jornada laboral. Fue muy difícil distanciarnos del material, era como un álbum familiar”, añade Olivares. “Fue un redescubrimiento, entender que el cine puede llegar a ser muchas otras cosas más. Fue un proceso muy transformador; hay mucha película por fuera de la película”, dice Olivares entre risas y nostalgia.

Nanawa a través de Ángel

Después de ver este documental, es imposible pensar en Nanawa sin pensar en su príncipe. “Se siente muy lindo que conozcan Nanawa desde la época de mi infancia, cómo el tiempo va pasando”, relata Ángel con nostalgia, aunque confiesa que no le gusta verse de niño, lo que provoca risas entre sus compañeros: “¡Pero si eras re lindo!”. “Es una década: de jugar a los globos a pasar a estar todos los días con el celular. Es un recorrido por un pasado muy lindo, de una infancia vivida por muchos”, concluye Ángel con alegría.

El cine como resistencia política

El cine y la cultura argentina en general se encuentran hoy en jaque. Las políticas del actual gobierno de Javier Milei hacen pensar que proyectos como este serían imposibles en la actualidad. “Un cine así se puede sostener con la calidad de amigos que son Liz, Lucas y el resto del equipo. Hay algo de sostener el cine, también la vida; eso es algo revolucionario. Los recursos pueden estar o no: hacer cine es difícil, pero se trata de crear alianzas que crean desde otros lugares”, sostiene Navas.

“Cuando arrancamos esta película estábamos en la ruina; teníamos una beca del FNA, compramos una cámara y nos financiamos como podíamos”, recuerda Navas. “Hacer cine con mucho corazón y muchas ganas: si eso está, no hace falta la calidad en equipos y demás impuestos por la industria. Es juntarse y crear”, concluye.

Epílogo

Como realizador y exalumno de Clarisa, reencontrarme con ella fue un mimo al alma. Pero, más que nada, un recordatorio: el cine es una herramienta de cambio. Puede hacerse con amigos, puede transformar realidades, puede cambiar vidas. Y El príncipe de Nanawa es prueba viva de eso.

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