La hermanastra fea y la transgresión del cuerpo femenino

¿A qué edad empezaste a sentir culpa por tu cuerpo? En mi caso fue a los 15 años. Era muy flaco (lo sigo siendo) y durante mucho tiempo eso me avergonzaba. No me atrevo a imaginar los horrores que sufren mis contrapartes femeninas. Vivimos en una sociedad que reduce los cuerpos a simples mercancías de canje; más aún si sos mujer. Sin dudas, vivimos dentro de una película de horror corporal. Bienvenidos al mundo de “La hermanastra fea” (2025).

Por Yosué Ayala

Reimaginando un clásico

La ópera prima de Emilie Blichfeldt es como un cuento de hadas: lindo por fuera, pero putrefacto por dentro. Todos conocemos el relato de La Cenicienta y su famoso “vivieron felices por siempre”. En esta ocasión, la historia gira en torno a Elvira, una joven poco llamativa pero muy ambiciosa y soñadora, presionada por su madre para conquistar al vanidoso Prince Julian y así salvar a su familia de la ruina financiera.

El baile real se acerca, y Agnes, su hermanastra de belleza hegemónica, se convierte en su mayor rival, desatando una competencia entre mujeres donde el único premio es la validación masculina. Algo destacable es que Blichfeldt no villaniza a las mujeres de este relato; las muestra como víctimas de un sistema opresor en el que ellas solo obtienen valor a través de la mirada y aprobación de los hombres.

El relato comienza con una elegancia hyperpop, generando una atmósfera hegemónicamente femenina. Desde la tipografía de los títulos iniciales hasta la fotografía, la dirección de arte y la banda sonora, todo nos sumerge en un verdadero cuento de hadas que, poco a poco, se va pudriendo desde adentro.

Las actuaciones, por momentos, rozan lo caricaturesco, pero no distraen: están hechas adrede y suman a la construcción del relato. Lea Myren, quien interpreta a nuestra protagonista, pasa de ser una joven naive a una mujer dispuesta a hacer lo que sea por alcanzar los estándares de belleza, siendo tanto víctima como victimaria.

No podemos hablar de La hermanastra fea sin mencionar a su madre, interpretada magistralmente por Ane Dahl Torp. Ella no es una “mala madre”: a su retorcida manera busca lo mejor para su hija, dentro de lo que considera correcto en ese mundo caóticamente patriarcal.

Por otro lado, Thea Sofie Loch Næss, quien interpreta a Agnes, ofrece también una actuación sólida. Lo más interesante es el desarrollo de su personaje: no es la clásica “Cenicienta” buena y virginal, sino una adolescente normal, con sus luces y sombras. También vale destacar a Isac Calmroth, quien da vida al Prince Julian. Si bien su tiempo en pantalla es breve, esta versión se distancia de su contraparte animada de Disney, Cenicienta (1950), presentando un hombre más “real”, imperfecto y terrenal.

Esta reimaginación del clásico nos regala una mirada más contemporánea y honesta, una reinterpretación que sería interesante ver aplicada a otros cuentos de nuestra infancia.

Entre el humor negro y el horror

El filme navega con precisión entre el humor ácido, momentos que rozan lo naive, donde se evidencia la inocencia de Elvira, y pasajes de erotismo y horror en estado puro. Todo está manejado con precisión quirúrgica.

Si bien la magia tiene su aparición dentro de este mundo, no rompe con la diégesis realista del relato. No es un spoiler, todos conocemos la historia original, pero vale destacar que Blichfeldt introduce lo mágico con sutileza, generando una atmósfera onírica o fantasiosa que aparece en distintos momentos de la cinta.

Estándares, gusanos y pestañas

A lo largo del filme, el cuerpo y el alma de Elvira son transgredidos y modificados. Su exterior es intervenido una y otra vez, corrompiendo así también su interior. Al principio, estas transformaciones se muestran con sutileza, pero van escalando hasta llegar a una transgresión final. El paralelismo con los estándares de belleza imposibles a los que históricamente se exponen las mujeres es evidente.

La película también plantea una pregunta que todos podemos reconocer: ¿hasta qué punto cambiarías para gustarle a alguien especial? La mayoría alguna vez adaptamos aspectos de nuestra personalidad por un “crush”, alimentando así un círculo vicioso sin fin.

El filme logra que sintamos lástima por Elvira. Cada proceso de “belleza” es más doloroso que el anterior, hasta desembocar en una secuencia final con gusanos que... bueno, mejor no dar detalles para evitar spoilers. Lo importante es que La hermanastra fea dialoga directamente con La Sustancia (2024) de Coralie Fargeat: aquí el body horror no se usa como recurso morboso, sino como una herramienta para mostrar lo difícil que resulta ser mujer en un mundo donde la belleza reina con tiranía.

La reinvención del “Vivieron felices por siempre”

El tramo final de La hermanastra fea cae en lo poético, y deja claro que la lucha contra los cánones de belleza y la presión patriarcal sobre el cuerpo femenino sigue siendo un campo de batalla abierto. También evidencia lo destructivos que pueden ser los caminos de la belleza hegemónica.

De una forma mordaz y lúcida, Blichfeldt reescribe el “vivieron felices por siempre”, recordándonos que la vida no siempre es un cuento de hadas, y que las cicatrices visibles o no también pueden ser parte del encanto.

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