Cuarteto de Nos no deja de abrir puertas
Hay bandas que uno elige, y hay otras que, sin que lo notemos, nos acompañan desde hace tanto que se vuelven parte del propio trayecto. Cuarteto de Nos es de esas últimas, desde mi punto de vista. Esta columna no solo habla de su nuevo disco o su próximo show en Paraguay: habla de la sorpresa, de la conexión inesperada con nuevas generaciones y de esa esperanza tibia que se enciende cuando la música logra tocarnos de verdad.
Texto: Mavi Martínez
Fotos: Renata Vargas
Recuerdo cuando hace muchos años atrás Cuarteto de Nos empezaba a venir a Paraguay, atrayendo a propios y extraños. Tocaban en lugares pequeños, a veces casi escondidos, donde las canciones no necesitaban multitudes para retumbar. En esos espacios, la banda ya mostraba lo que la hace única: una lírica punzante, existencial, irónica y lúcida; un sonido que podía mutar sin perder identidad, y una entrega que desbordaba cualquier escenario. La euforia estaba siempre presente, pero no era una euforia vacía. Era pensamiento convertido en pogo, poesía transformada en grito colectivo.
Lo que ha sucedido desde entonces es más que un crecimiento: es un fenómeno. Lo confirmé el año pasado, en el concierto que dieron en el SND Arena. Un lugar imponente, lleno hasta el último rincón. Pero más allá del número, fue el tipo de público lo que me sorprendió: adolescentes. Muchos adolescentes. ¿Qué?, me pregunté. ¿Qué es esto?
Me acerqué a un par de chicas que no tendrían más de quince años. Les pregunté cómo conocieron a la banda. Una me dijo que los descubrió por TikTok. La otra, que su padre le hizo escuchar una canción. A pocos metros, una niña muy pequeña estaba subida a los hombros de su papá, cantando palabra por palabra cada canción. No tarareando, no repitiendo estribillos al azar. Cantando. Desde algún lugar muy profundo. Eso era un fenómeno.
¿Cómo una banda con tantos años de trayectoria logra reconquistar a toda una masa nueva, en plena etapa de formación, con canciones tan críticas, tan cargadas de metáfora y pensamiento? En una época donde solemos repetir que la juventud está en otra, estas chicas me respondieron con claridad: “Nos gusta todo. Su música, sus letras que nos hacen pensar”. Sorprendida quedé. Y al mismo tiempo, atravesada por una leve esperanza. Porque lo que ha logrado El Cuarteto de Nos es mucho más que mantenerse vigente. Es mutar sin perderse, crecer sin traicionarse, volverse cada vez más filoso, más existencial, más necesario. Su nuevo disco, Puertas, es una prueba de eso.
En él, Roberto Musso imagina a un viajero solitario que recorre un corredor infinito. No hay mapa, no hay llave maestra. Solo puertas. Algunas se abren. Otras resisten. Hay espejismos, hay ruido, hay cortinas de humo y promesas rotas. Hay un sistema que busca distraerlo, atraparlo, desviarlo. Pero el viajero insiste. Avanza. Se detiene. Observa. Cruza.
En ese cruce, nos espeja a todos.
Cada una de las ocho canciones del disco es un umbral. Desde el funk de El perro de Alcibíades hasta el rock de Puertas y Cara de nada. Desde la dulzura melancólica de En el cuarto de Nico hasta la potencia emocional de Esplín, pasando por los universos surrealistas de El astrónomo que no podía ver el cielo o Camello patagónico. La pérdida de sentido, la crisis del ser. Todo eso está en las letras, disfrazado a veces de ironía, pero profundamente real.
Lo extraordinario es que esas afirmaciones—que parecen tan adultas, tan densas— hoy están siendo escuchadas y pensadas por jóvenes de 15 años. Eso no es solo un dato curioso. Es un signo. Es una señal.
Y mientras tanto, la banda no deja de crecer. No deja de abrir puertas. En septiembre, Cuarteto de Nos volverá a tocar en Paraguay en el marco del festival ReciclArte (San Bernardino). Y probablemente estén esas chicas. Y sus padres. Y quizás algún niño o niña sobre unos hombros, cantando desde la ternura, repitiendo frases que todavía no entiende del todo, pero que ya le resuenan. Porque cuando una canción dice algo verdadero, algo que nos habla de lo que somos, no importa la edad.
Lo que sucede con esta banda, y con este disco en particular, es más que música. Es una invitación a detenernos, a pensar, a abrir la puerta menos obvia. Es un empujón suave pero firme para animarnos a cruzar el umbral, aun con miedo, aun con dudas.
Porque como dice Musso, el corredor no es amable. A veces, detrás de una puerta hay espejismos, aullidos, poder disfrazado de verdad. Pero el movimiento —el de seguir buscando— es lo que nos salva. Y si existe una salvación posible, tal vez esté ahí, en ese instante misterioso donde una canción nos toca, nos sacude, nos vuelve a abrir. La música —cuando es real— tiene eso: la capacidad de atravesarnos y hacernos sentir menos solos. Y sí: de salvarnos un poco.